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divinajop

Poesia XIV

Luego de una noche de buchannas y algo de smirnof, no quedan ganas hoy de hacer mucho, asi que una búsqueda de poesia no es mala idea.

Mi campaña solitaria de poesia, ahora no lo es tanto, he recibido correos de varios a quienes les ha gustado la idea.
Ha sido tal la acogida, que ahora recibo también sugerencias, un nuevo colaborador es Alex, con un soneto que enseña que para amar con intensidad es necesario el sufrimiento y dolor que muchas veces no tocan.
Como ya es costumbre una canción esta vez de cafe tacuba maybe alguien la ha escuchado y le gusta
Y poesía de otro atormentado Arthur Rimbaud de su famoso temporada en el infierno

Cafe tacuba cuatro caminos.
Mediodía

Jala una silla,sientate a un lado,
aquí, donde pega el sol.
Mira las plantas cómo reaniman
la vista alrededor.
Parece mentira, los pájaros vuelan hasta mi balcón.
Mira a los niños juegan con globos
de cualquier color .
Mira a la gente, compra helados
de cualquier sabor
Parece mentira que haya tanta vida
en este lugar, ¡que felicidad!
Parece mentira que entre tanta gente
en esta ciudad no tenga a nadie
con quien compartir la vista
desde mi casa este sábado al
mediodía

Soneto
Francisco Luis Bermudez

Si para recobrar lo recobrado
Debí perder primero lo perdido
Si para conseguir lo conseguido
Tuve que soportar lo soportado

Si para estar ahora enamorado
Fue menester haber estado herido
Tengo por bien sufrido lo sufrido
Tengo por bien llorado lo llorado

Porque después de todo he comprobado
Que no se goza bien lo gozado
Sino después de haberlo perdido

Porque después de todo he comprendido
Que lo que el árbol tiene de florido
Vive de lo que tiene sepultado

Poeta argentino 1900-1975

Una Temporada en el Infierno
Por Jean Arthur Rimbaud

Antaño, si mal no recuerdo, mi vida era un festín donde corrían todos los vinos, donde se abrían todos los corazones.
Una noche, senté a la Belleza en mis rodillas. Y la encontré amarga. Y la injurié.
Yo me he armado contra la justicia.
Yo me he fugado. ¡Oh brujas, oh miseria, odio, mi tesoro fue confiado a vosotros!
Conseguí desvanecer en mi espíritu toda esperanza humana. Sobre toda dicha, para estrangularla, salté con el ataque sordo del animal feroz.
Yo llamé a los verdugos para morir mordiendo la culata de sus fusiles. Invoqué a las plagas, para sofocarme con sangre, con arena. El infortunio fue mi dios. Yo me he tendido cuan largo era en el barro. Me he secado en la ráfaga del crimen. Y le he jugado malas pasadas a la locura.

La mala sangre

De mis antepasados galos, tengo los ojos azul pálido, el cerebro pobre y la torpeza en la lucha. Me parece que mi vestimenta es tan bárbara como la de ellos. Pero yo no me unto de grasa la cabellera.
Los galos fueron los desolladores de animales, los quemadores de hierbas más ineptos de su época. Les debo: la idolatría y la afición al sacrilegio; ¡oh! todos los vicios, cólera, lujuria, la lujuria, magnífica; sobre todo, mentira y pereza.
Siento horror por todos los oficios. Maestros obreros, todos campesinos, innobles. La mano en la pluma equivale a la mano en el arado. -¡Qué siglo de manos!- Yo jamás tendré una mano. Además, la domesticidad lleva demasiado lejos. La honradez de la mendicidad me desespera. Los criminales asquean como castrados: yo, por mi parte, estoy- intacto y eso me da lo mismo.
...
En cuanto a la felicidad establecida, doméstica o no... no, no puedo. Estoy demasiado disperso, demasiado débil. La vida florece por el trabajo, vieja verdad: en cuanto a mí, mi vida no es suficientemente pesada, vuela y flota lejos por encima de la acción, ese caro lugar del mundo.
¡Cómo me vuelvo solterona, lo que me falta el coraje de amar la muerte!
Si Dios me concediera la calma celeste, aérea, la plegaria, como a los antiguos santos. ¡Los santos! ¡qué fuertes! Los anacoretas, ¡artistas como ya no los hay!
¡Farsa continua! Mi inocencia me da ganas de llorar. La vida es la farsa en la que todos figuramos.

CANCIÓN DE LA MÁS ALTA TORRE

Que llegue, que llegue,
El tiempo en que se quiere.

Tanta paciencia tuve
Que todo lo he olvidado.
Temores y dolores
Al cielo se han volado. Y la malsana sed
Mis venas ha nublado.

Que llegue, que llegue,
El tiempo en que se quiere.

Tal como la pradera Entregada al olvido,
En que incienso y cizañas
Creciendo han florecido,
Bajo las sucias moscas
Y su feroz zumbido.

Que llegue, que llegue,
El tiempo en que se quiere.

Yo amaba el desierto, los vergeles quemados, las tiendas marchitas, las bebidas tibias. Me arrastraba por las callejas hediondas y con los ojos cerrados, me ofrecía al sol, dios de fuego.
"General, si queda un viejo cañón sobre tus murallas derruidas, bombardéanos con bloques de
tierra seca. ¡Bombardea los espejos de los almacenes espléndidos! ¡Bombardea los salones! Haz tragar su polvo a la ciudad. Oxida las gárgolas. Llena los tocadores de briznas de rubí quemante ..."
¡Oh! el moscardón embriagado en el mingitorio de la posada, enamorado de la borraja y al que disuelve un rayo de luz.

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